Te doy mi palabra
Ésta es una selección de relatos, que provienen de "El libro de los abrazos" y de otras obras de Eduardo Galeano.
El autor la ha preparado especialmente para los niños del Plan Ceibal.
Está dedicada al país de después.
1) El fútbol
*Historia
En el fútbol, como en casi todo lo demás, los primeros fueron los chinos.
Muy antiguos grabados muestran a los chinos pateando pelotas que parecen de Adidas.
También hay testimonios de que los egipcios, los griegos y los japoneses se divertían así, y los romanos practicaban un juego bastante parecido mientras Jesús moría crucificado. En México, un mural de Tepantitla muestra a un abuelo de Hugo Sánchez pateando de zurda, hace más de mil años, una pelota de caucho.
Siglos después, se quejaba un personaje de William Shakespeare:
-Vos me pateáis hacia allá, y él me patea hacia acá... ¿Me habéis tomado por pelota de fútbol?
América Latina recibió el fútbol de Inglaterra, que no lo había
inventado pero lo había reglamentado. Los primeros partidos se jugaron
bajo la vigilante mirada de la reina Victoria, cuyo gigantesco retrato
mandaba en las canchas.
*Historia del
color de la piel
En 1916, en el primer campeonato sudamericano, Uruguay goleó a Chile. Al día siguiente, la delegación chilena exigió la anulación del partido, porque Uruguay alineó a dos africanos. O sea: negros.
Era raro que una selección incluyera jugadores negros.
El uruguayo José Leandro Andrade fue el primer negro que Europa vio jugando al fútbol, en la Olimpíada de 1924. En uno de los partidos, atravesó media cancha con la pelota dormida en la cabeza. Los franceses lo aplaudían de pie cuando cimbreando el cuerpo, a puro amague, desparramaba a los rivales sin tocarlos nunca. Así Europa se enteró de que el fútbol latinoamericano era muy diferente de su papá británico.
Andrade murió
en la miseria, como casi todos los astros de la historia del fútbol,
que habían nacido estadísticamente condenados al crimen y eran salvados
por el fútbol mientras les duraba la gloria.
*Una historia
desconocida
En las Olímpíadas de 1936, el país natal de Hitler fue derrotado por la selección peruana de fútbol.
El árbitro, que anuló tres goles peruanos, hizo todo lo que pudo, y más, para evitar ese disgusto al Führer, pero Austria perdió 4 a 2.
Al día siguiente, las autoridades olímpicas y futboleras pusieron las cosas en su sitio.
El partido fue anulado.
La derrota aria resultaba inadmisible ante una línea de ataque que por algo se llamaba el Rodillo Negro.
Perú abandonó las Olimpíadas y Austria conquistó el segundo puesto en el torneo.
Italia, la Italia
de Mussolini, ganó el primer puesto.
*Otra historia
desconocida
El fútbol profesional practica la dictadura. En el despótico señorío de los dueños de la pelota, los jugadores son los monos del circo. No tienen el derecho de decir ni pío.
Pero, ¿ha sido siempre así? Allá por mil novecientos ochenta y algo, todavía en tiempos de la dictadura militar en Brasil, los jugadores conquistaron la dirección del club Corinthians, uno de los clubes más poderosos del país. Insólito, jamás visto: los jugadores decidían todo, entre todos, por mayoría de votos. Democráticamente discutían y votaban el método de trabajo, el sistema de juego, la distribución del dinero y todo lo demás. En sus camisetas, se leía: Democracia Corinthiana.
Al cabo de dos años, los dirigentes desplazados recuperaron la manija
y mandaron a parar. Pero mientras duró la democracia, el Corinthians,
gobernado por sus jugadores, ofreció el fútbol más audaz y vistoso
de todo el país, atrajo las mayores multitudes a los estadios y ganó
dos veces seguidas el campeonato de San Pablo.
*La segunda
piel
En un muro de Río de Janeiro, un hincha del club Fluminense garabatea: Mi querido veneno. Y en un muro de Buenos Aires, leo: Racing, una pasión inexplicable.
La camiseta, la segunda piel, hace sufrir más que gozar; pero ya se sabe que así son las cosas del querer.
Y más importante
que la victoria del club amado es la derrota del club odiado. ¿Qué
sería de Dios sin el Diablo? Según me contó el gordo Soriano, un
moribundo, hincha fanático de Boca, se envolvió en la bandera de River,
en el lecho de agonía. Y en el último suspiro, pudo decir: Muere
un enemigo.
*Pobre mi madre
querida
El árbitro es la única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Sin embargo, ningún jugador corre tanto como él, obligado a perseguir la blanca pelota que circula entre pies ajenos sin tener, jamás, el derecho de jugar con ella.
Allá por los años sesenta, el estadio de la ciudad de Quito estaba repleto. Antes del comienzo del partido, se hizo un minuto de silencio por la madre del árbitro, muerta en la víspera.
Y empezó el partido, y poquito después, el estadio estalló: gol. Pero el árbitro anuló el gol, por fuera de juego, y de inmediato la multitud recordó a la difunta autora de sus días. Las tribunas rugieron:
-¡Huérfano
de puta!
*UENBE
Cada vez más, como todo lo demás, el fútbol parece regido por la UENBE (Unión de Enemigos de la Belleza), poderosa organización que no existe pero manda.
Ignacio Salvatierra, un árbitro injustamente desconocido, merece la canonización. Él dio testimonio de la nueva fe. En 1996, exorcizó al demonio de la fantasía en la ciudad boliviana de Trinidad. El árbitro Salvatierra expulsó de la cancha al jugador Abel Vaca Saucedo. Le sacó tarjeta roja "para que aprenda a tomarse el fútbol en serio". Vaca Saucedo había cometido un gol que era, claramente, un acto satánico: eludió a todos los jugadores rivales, uno por uno, en un desenfreno de gambetas, túneles, sombreros y taquitos, y culminó su orgía de espaldas al arco, con un certero culazo que clavó la pelota en el ángulo.
*Obdulio
En 1950, contra todo pronóstico, contra toda evidencia, Uruguay fue campeón del mundo.
Poco antes, los jugadores uruguayos habían hecho huelga. La huelga de piernas cruzadas duró siete meses y conquistó el reconocimiento oficial del sindicato de jugadores. El capitán de la huelga, Obdulio Varela, fue luego el capitán de una victoria imposible.
Brasil, el dueño de casa, era el indiscutible favorito del Mundial del 50. Uruguay iba a ser la víctima sacrificada en sus altares en la ceremonia final. Y así estaba ocurriendo, y Uruguay iba perdiendo, y rugían las tribunas, cuando Obdulio, que estaba jugando con un tobillo inflamado, apretó los dientes y Uruguay ganó 2 a 1.
Al anochecer, Obdulio huyó del hotel. Se fue a beber por ahí, en soledad, pero en todos los bares de Río de Janeiro encontró brasileños llorando.
-Tudo foi por Obedulio -decían, los que hasta hacía un rato vociferaban en el estadio Maracaná.
Nadie lo reconoció.
Pero él, que los había odiado cuando eran un solo monstruo rugiente
de doscientas mil cabezas, sentía ahora una pena tremenda. Tenía ganas
de pedirles perdón, por haber cometido la maldad de ganar. Y de bar
en bar caminó las calles de Río y así amaneció, bebiendo, abrazado
a los vencidos.
*Pelé
Dos clubes británicos disputaban el último partido del campeonato. No faltaba mucho para el pitazo final, y seguían empatados, cuando un jugador chocó con otro y cayó despatarrado al piso.
Una camilla lo retiró de la cancha y en un santiamén todo el equipo médico puso manos a la obra, pero el desmayado no reaccionaba.
Pasaban los minutos, los siglos, y el entrenador se estaba tragando el reloj con agujas y todo.
La derrota se veía venir, cuando de pronto el médico anunció, eufórico:
-¡Lo logramos! ¡Está despertando!
Y en voz baja, agregó:
-Pero no sabe quién es.
El entrenador se acercó al jugador, que balbuceaba incoherencias, y al oído le informó:
-Tú eres Pelé.
Ganaron cinco a cero.
Hace años escuché,
en Londres, esta mentira que decía la verdad.
*Maradona
Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol.
Diego Armando Maradona, el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos, fue quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares.
Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó.
Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable.
Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean, y él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía.
Más devastadora
que la cocaína es la exitoína. Ningún análisis, de orina ni de sangre,
puede detectar esta droga.
*La tarjeta
verde
El árbitro puede sacar dos tarjetas al jugador desleal: una advierte, y la otra castiga.
La tarjeta amarilla, que pone en penitencia a quien comete juego sucio, lleva al Purgatorio. La tarjeta roja, al Infierno. El Infierno es la expulsión de la cancha.
En Finlandia han
inventado una tercera tarjeta. Se aplica sólo entre los aficionados
del fútbol infantil y juvenil. Esa tarjeta resultaría ridícula en
el fútbol profesional, donde el juego sucio forma parte de un sucio
sistema de juego que obliga a ganar, prohíbe perder y practica el vale
todo. La tarjeta finlandesa, la tarjeta verde, premia al jugador que
ayuda a un adversario caído, al que pide disculpas cuando golpea y
al que reconoce una falta cometida.
*El gol de su
vida fue el gol que no hizo
1967, tarde de clásico en Bogotá. El club Santafé jugaba contra el Millonarios, y fuera del estadio no había nadie que no fuera paralítico o ciego.
Ya parecía que el partido iba a terminar en empate, cuando el argentino Omar Lorenzo Devanni, el goleador del Santafé, el artillero, cayó en el área. El árbitro pitó penal.
Devanni quedó perplejo: aquello era un error, nadie lo había tocado, él había caído por un tropezón. Quiso decírselo al árbitro, pero ya no había marcha atrás, todo el estadio gritaba y temblaba.
Y entonces Devanni colocó la pelota sobre el punto blanco.
Él supo muy bien
lo que iba a hacer, y el precio que iba a pagar por hacer lo que iba
a hacer. Eligió su ruina, eligió su gloria: tomó impulso y con todas
sus fuerzas disparó muy afuera, bien lejos del gol.
2) Los primeros años de la
vida
*El viaje
Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es
la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras
que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos,
sin más explicación, transcurre el viaje.
*El nacimiento
El hospital público, ubicado en el barrio más copetudo de Río de Janeiro, atendía a mil pacientes por día. Eran, casi todos, pobres o pobrísimos.
Un médico de guardia contó a Juan Bedoian:
-La semana pasada, tuve que elegir entre dos nenas recién nacidas. Aquí hay un solo respirador artificial. Ellas llegaron al mismo tiempo, ya moribundas, y yo tuve que decidir cuál iba a vivir.
Yo no soy quién, pensó el médico: que decida Dios.
Pero Dios no dijo nada.
Eligiera a quien eligiera, el médico iba a cometer un crimen. Si no hacía nada, cometía dos.
No había tiempo para la duda. Las nenas estaban en las últimas, ya yéndose de este mundo.
El médico cerró
los ojos. Una fue condenada a morir, y la otra fue condenada a vivir.
*Ventana sobre
la llegada
El hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera.
En el bautismo le enseñaron lo sagrado.
Recibió una caracola:
-Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso:
-Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón:
-Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botellita cerrada:
-No la abras
nunca, nunca. Para que aprendas a amar el misterio.
*Fundación
de la infancia
Hace algunos siglos, en Europa, a los niños pobres se los llevaba el frío o el hambre, cuando no los mataba la peste. La ejecución por hambre podía ocurrir en los días tempranos, si no sobraba bastante leche en las tetas de las madres, que eran nodrizas pobres de bebés ricos.
Pero tampoco los bebés de buena cuna se asomaban a una vida fácil.
El ciclo educativo comenzaba cuando el bebé era convertido en momia. Cada día, la servidumbre lo embutía, de la cabeza a los pies, en un envoltorio de vendas y fajas muy apretadas.
Así se cerraban
sus poros al paso de las pestes y los vapores satánicos que poblaban
el aire, y se lograba que la criatura no molestara a los adultos.
*Angelitos de
Dios
Durante siglos, y hasta hace muy poco, fue legal el castigo de los niños en las escuelas británicas. Democráticamente, sin distinción de clases, la civilización adulta tenía el derecho de corregir la barbarie infantil azotando a las niñas con correas y golpeando a los niños con varas o cachiporras. Al servicio de la moral social, estos instrumentos de disciplina corrigieron los vicios y las desviaciones de muchas generaciones de descarriados.
Recién en el año 1986, las correas, las varas y las cachiporras fueron prohibidas en las escuelas públicas de Gran Bretaña. Cuatro años después, también se prohibieron en las escuelas privadas.
Pero nueve de
cada diez padres seguían siendo partidarios del coscorrón para evitar
que los niños fueran niños. Haciéndose eco de la voluntad popular,
la ley autorizó entonces el tortazo y la zurra en el trasero, siempre
que se aplicaran en medida razonable y sin dejar marcas.
*Duérmete mi
niño
Los más famosos cuentos infantiles, obras terroristas, también merecen figurar en el arsenal de las armas adultas contra la gente menuda.
Hansel y Gretel te advierten
que serás abandonado por tus padres, Caperucita Roja te informa que
cada desconocido puede ser el lobo que te comerá, la Cenicienta te
obliga a desconfiar de las madrastras y las hermanastras. Y entre
todos los personajes, el Ogro es el que más eficazmente ha enseñado
la obediencia y ha difundido el miedo en las huestes infantiles.
*El arte para
las niñas
Ella estaba sentada en una silla alta, ante un plato de sopa que le llegaba a la altura de los ojos. Tenía la nariz fruncida y los dientes apretados y los brazos cruzados. La madre pidió auxilio:
-Cuéntale un cuento, Onelio -pidió-. Cuéntale, tú que eres escritor.
Y Onelio Jorge Cardoso, esgrimiendo una cucharada de sopa, comenzó su relato:
-Había una vez una pajarita que no quería comer la comidita. La pajarita tenía el piquito cerradito, cerradito, y la mamita le decía: "Te vas a quedar enenanita, pajarita, si no comes la comidita". Pero la pajarita no hacía caso a la mamita y no abría su piquito...
Y entonces la niña lo interrumpió. Y opinó:
-Qué pajarita
de mierdita.
*La cultura
del terror
La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia.
Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.
-Los derechos
humanos tendrían que empezar por casa
-me comenta, en Chile, Andrés Domínguez.
*Ventana sobre
el castigo
Era Navidad, y un señor suizo había regalado un reloj suizo a su hijo suizo.
El niño desarmó el reloj sobre su cama. Y estaba jugando con las agujas, el resorte, el cristal, la corona y demás engranajitos, cuando el padre lo descubrió y le propinó tremenda paliza.
Hasta entonces,
Nicole Rouan y su hermano habían sido enemigos. Desde esa Navidad,
la primera Navidad que ella recuerda, los dos fueron por siempre amigos.
Aquel día, Nicole supo que también ella sería castigada, a lo largo
de sus años, porque en vez de preguntar la hora a los relojes del mundo,
iba a preguntarles cómo son por dentro.
*El viento
Cuatro años cumplía Diego López y aquella mañana le brincaba en el pecho la alegría, la alegría era una pulga saltando sobre una rana saltando sobre un canguro saltando sobre un resorte, mientras las calles volaban al viento y el viento batía las ventanas. Y Diego abrazó a su abuela Gloria y en secreto, al oído, le ordenó:
-Vamos a entrar en el viento.
Y la arrancó
de la casa.
*El pequeño
rey zaparrastroso
Lejos de los demás, el chiquilín se sentaba a la sombra de la enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha. Lo acompañaba el perro, sentado a su lado, las orejas paradas.
Tarde tras tarde, siempre lo mismo.
Los dedos de su mano derecha del chiquilín le bailaban bajo el mentón, baila que te baila como si él estuviera rascándose el pecho con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire, se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas.
Un día, alguien
le regaló una guitarra. Y él la acarició, lustrosa, linda de tocar,
y probó las seis cuerdas a lo largo del diapasón. Sonaba bien. Y él
pensó: qué suerte. Pensó: ahora, tengo dos.
*Gente curiosa
Soledad, de cinco años, hija de Juanita Fernández:
-¿Por qué los perros no comen postre?
Vera, de seis años, hija de Elsa Villagra:
-¿Dónde duerme la noche? ¿Duerme aquí, abajo de la cama?
Luis, de siete años, hijo de Francisca Bermúdez:
-¿Se enojará Dios, si no creo en él? Yo no sé cómo decírselo.
Marcos, de nueve años, hijo de Silvia Awad:
-Si Dios se hizo solo, ¿cómo pudo hacerse la espalda?
Carlitos, de cuarenta años, hijo de María Scaglione:
-Mamá, ¿a
qué edad me sacaste la teta? Mi psicóloga quiere saber.
*El maestro
Los alumnos del sexto grado, en una escuela de Montevideo, habían organizado un concurso de novelas.
Todos participaron.
Los jurados éramos tres. El maestro Oscar, puños raídos, sueldo de fakir, más una alumna, representante de los autores, y yo.
En la ceremonia de la premiación, se prohibió la entrada de los padres y demás adultos. Los jurados dimos lectura al acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. El concurso fue ganado por todos, y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas y una medallita donada por el joyero del barrio.
Después, el maestro Oscar me dijo:
-Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.
Y una de las alumnas,
que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo,
se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni
una palabra, y riendo me explicó que el problema era que ahora no se
podía callar. Y me dijo que ella quería al maestro, lo quería muuuuuuuucho,
porque él le había enseñado a perder el miedo de equivocarse.
*Mano de obra
Mohammed Ashraf no va a la escuela.
Desde que sale el sol hasta que asoma la luna, él corta, recorta, perfora, arma y cose pelotas de fútbol, que salen rodando de la aldea paquistaní de Umar Kot hacia los estadios del mundo.
Mohammed tiene once años. Hace esto desde los cinco.
Si supiera leer,
y leer en inglés, podría entender la inscripción que él pega en
cada una de sus obras: Esta pelota no ha sido fabricada por niños.
*Historia de
la sombra
El primer sabor que recuerda fue una zanahoria.
El primer olor, un limón cortado por la mitad.
Recuerda que lloró cuando descubrió la distancia.
Y recuerda que una mañana ocurrió el descubrimiento de la sombra.
Aquella mañana, él vio lo que hasta entonces había mirado sin ver: pegada a sus pies, yacía la sombra, más larga que su cuerpo.
Caminó, corrió. A donde él iba, fuera donde fuera, la perseguidora sombra iba con él.
Quiso sacársela de encima.
Quiso pisarla, patearla, golpearla; pero la sombra, más rápida que sus piernas y sus brazos, lo esquivaba siempre.
Quiso saltar sobre ella; pero ella se adelantó.
Volviéndose bruscamente, se la sacó de adelante; pero ella reapareció por detrás.
Se pegó contra el tronco de un árbol, se acurrucó contra la pared, se metió detrás de la puerta.
Donde él se perdía,
la sombra lo encontraba.
Cuando él creció, con él creció su sombra. Y tuvo miedo de quedarse sin ella.
Y pasó el tiempo.
Y ahora, cuando se está achicando, al cabo de los días de su vida,
tiene pena de morirse y dejarla sin él.
*La función
del arte
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayudame
a mirar!
*Pájaros prohibidos
Durante la dictadura militar uruguaya, en una cárcel llamada Libertad, los presos no podían dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibió un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trajo un dibujo de pájaros. Los guardias se lo rompieron
a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente, Milay le trajo un dibujo de árboles. Como los árboles no estaban prohibidos, el dibujo pasó. El padre le elogió la obra y le preguntó por esos circulitos de colores que aparecían en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
-¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hizo callar:
-Ssshhhh.
Y en secreto le explicó:
-Bobo. ¿No
ves que son ojos? Los ojos de los pájaros, que te traje a escondidas.
*El monstruo
amigo mío
Yo al principio no lo quería porque creía que él iba a comerme un pie.
Los monstruos son agarradores de mujeres, que se llevan una mujer en cada hombro y si son monstruos viejitos se cansan y tiran a una de las mujeres en la cuneta del camino. Pero éste que yo digo, el amigo mío, es un monstruo especial.
Nosotros nos entendemos bien, aunque el pobre no sabe hablar y por eso todos le tienen miedo. Este monstruo amigo mío es tan pero tan grandote que los gigantes le llegan nada más que hasta el tobillo y él nunca agarra mujeres ni nada.
Él vive en el África. En el cielo no vive, porque si estuviera en el cielo, como Dios, se caería. Es demasiado grande para poder vivir por ahí por el cielo. Hay otros monstruos más chicos que él y entonces viven en el infinito, cerca de donde queda Plutón, o todavía más lejos, allá en el onfinito o en el piranfinito. Pero este monstruo amigo mío no tiene más remedio que vivir en el África.
Dos por tres me visita. A él, nadie lo ve, pero él puede verlos a todos. Además, se puede convertir en cualquier cosa que quiera. A veces es un cangurito que me salta en la barriga cuando me río o es una serpiente, disfrazada de lombriz, que me hace la guardia en la puerta, para que nadie venga y me lleve.
Ahora, hoy o mañana, el monstruo amigo mío va a aparecer caminando por el mar, convertido en un guerrero que más inmenso no puede ser y echando fuego por la boca.
De un solo soplido va a reventar la cárcel donde lo tienen preso a mi papá y me lo va a traer en la uña del dedo chiquito y me lo va a meter en mi cuarto por la ventana. Yo le voy a decir "Hola", y él se va a volver al África, despacito por el mar.
Entonces mi papá
va a salir a comprarme caramelos y chocolatines y una nena y se va a
conseguir un caballo de verdad y vamos a salir al galope por la tierra,
yo agarrado de la cola del caballo, al galope lejos, y después, cuando
mi papá sea chiquito, yo le voy a contar las historias del monstruo
amigo mío que vino del África, para que mi papá se duerma cuando
llegue la noche.
*El puerto
La abuela Raquel estaba ciega cuando murió. Pero tiempo después, en el sueño de Helena, la abuela veía.
En el sueño, la abuela no tenía un montón de años, ni era un puñado de cansados huesitos: ella era nueva, era una niña de cuatro años que estaba culminando la travesía de la mar desde la remota Besarabia, una emigrante entre muchos emigrantes. En la cubierta del barco, la abuela pedía a Helena que la alzara, porque el barco estaba llegando y ella quería ver el puerto de Buenos Aires.
Y así, en el
sueño, alzada en brazos de su nieta, la abuela ciega veía el puerto
del país desconocido donde iba a vivir toda su vida.